A grandes rasgos, podemos definir
el concepto bloque histórico como la unidad entre la estructura socioeconómica
y la superestructura política e ideológica. Un sistema social está
orgánicamente integrado solo cuando se construye un bloque bajo la dirección de
una clase fundamental que confía su gestión a los intelectuales.
Una vez establecido su vínculo
con la estructura, las ideologías y las actividades políticas se transforman en
el campo donde la sociedad toma conciencia de los conflictos que se desarrollan
a nivel estructural, conformando un bloque histórico donde las fuerzas
materiales son el contenido, y las ideologías la forma. Desde ya que lo
anterior se debe analizar en relación a una situación geográfica e históricamente
acotada (Portelli, 1973).
La articulación del bloque
histórico permite diferenciar dos esferas: por un lado, la estructura socioeconómica
y, por otro, la superestructura ideológica y política, cuya vinculación orgánica
es asegurada por los intelectuales. El rol de esta capa social se observa con
nitidez al analizar el bloque histórico en términos dinámicos y a través del
ejercicio de la hegemonía.
Este concepto cobra un valor
fundamental en la teoría de Gramsci, y es a la vez uno de sus principales
aportes a la teoría marxista. En este sentido, Gramsci retoma y complementa a
Lenin, quien consideraba a la hegemonía como la “dictadura del proletariado”,
esto es, como el control de la sociedad civil y política, cuyo dominio se da
fundamentalmente a través de la coerción. El aporte de Gramsci se encuentra en
advertir que la hegemonía no es solo la dominación por medio de la coerción
sino también dirección cultural e ideológica (que se da esencialmente en los
países con sociedades civiles desarrolladas).
Esta diferencia en el orden de
importancia del medio a través del cual se pone en disputa la hegemonía se
traduce en un cambio de estrategia respecto de la toma del poder. Ya no va a
ser la sociedad política (el aparato del Estado) el objetivo, sino la sociedad
civil. El grupo que logre dominar la sociedad civil será el que ejerza la
hegemonía, la cual se verá reforzada por la conquista de la sociedad política
(Portelli, 1973).
La consolidación de un bloque
histórico se logra cuando la clase dominante tiene el control de la sociedad
civil y el de la sociedad política. A partir de la mayor importancia relativa
de la dominación ideológico-cultural, se pone de manifiesto el rol primordial
que Gramsci le otorga a los intelectuales de la clase dominante: éstos serán
los encargados de crear un bloque ideológico, a partir del sometimiento y la
subordinación de los intelectuales de los demás grupos sociales[1].
Así, la clase dominante dirige la sociedad por el consenso logrado a través de
su hegemonía sobre la sociedad civil, la cual se obtiene gracias a la difusión
de su concepción del mundo, que deviene así en sentido común.
Ahora bien, como mencionamos al
principio, el bloque histórico comprende un período de tiempo y un espacio
geográfico dado. Esto significa que su evolución en el tiempo conlleva transformaciones
que se van gestando tanto a nivel estructural como superestructural, las cuales
pueden llevar al deterioro de la hegemonía de la clase dominante, desencadenando
una crisis orgánica.
Esto fue efectivamente lo que
sucedió en diciembre de 2001, cuando se quebró el vínculo entre la clase
dominante y la sociedad civil, producto de la desintegración del bloque ideológico
que era el que mantenía la cohesión entre ambas partes. Esto hizo que la clase
dominante perdiera, no solo la dirección ideológico-cultural, sino también la
dirección política, el aparato del Estado.
Como sostiene Pierbattisti (2014)
-que retoma a la psicoanalista Silvia Bleichmar para remarcar que una forma
sumamente práctica de legitimación social es la resolución de una crisis
orgánica, y que esto funciona, a la vez, como retaguardia en la memoria histórica-,
se podría llegar a pensar que la crisis orgánica de 2001 ejerció dicho rol.
No obstante, la victoria de la
derecha neoliberal en las elecciones presidenciales, sumado a la apelación a
dicha retaguardia como parte de la estrategia de campaña del candidato
oficialista echa por tierra con esta hipótesis, reflejando con suma claridad
que la crisis orgánica de 2001 no afectó a un segmento considerable de la
sociedad civil y que, más grave aún, no se logró nunca en estos doce años
construir una hegemonía ideológico-cultural.
Para concluir, citamos
textualmente las palabras de Gramsci (2013), dado su poder explicativo y su vigencia
para el caso actual:
Así como en ésta ocurría que un encarnizado ataque artillero parecía
haber destruido todo el sistema defensivo del adversario, cuando en realidad no
había destruido más que la superficie externa, de modo que en el momento del
asalto los asaltantes se encontraban con una línea defensiva todavía eficaz,
así también ocurre en la política durante las grandes crisis económicas; ni las
tropas asaltantes pueden, por efecto mero de la crisis, organizarse
fulminantemente en el tiempo y en el espacio ni –aún menos- adquieren por la
crisis espíritu agresivo, y en el otro lado, los asaltados no se desmoralizan
ni abandonan las defensas, aunque se encuentren entre ruinas, ni pierden la
confianza en su propia fuerza y en su propio porvenir. Es verdad que las cosas
no quedan como estaban antes de la crisis económica, pero no se tiene ya el elemento
de rapidez, de aceleración de tiempo, de marcha progresiva definitiva, como lo
esperarían los estrategas del cadornismo político (pág. 421).
Bibliografía utilizada:
Portelli, H. (1973), Gramsci y el
bloque histórico, México D. F.: Siglo XXI Editores.
Foucault, M. (1982), Le sujet et
le pouvoir, en Dits et écrits II, Quarto-Gallimard, París, Reed. 2001.
Pierbattisti, D. (2014),
Neoliberalismo y terror, Página 12, Disponible en: http://goo.gl/Ke848G
Gramsci, A. (2013), Antología,
Buenos Aires: Siglo XXI Editores, 1era edición, 5ta reimpresión.
[1]
Para entender que la dominación no se logra solo por medio de la represión,
recurrimos a la noción de relación de poder en Foucault (1982), quien la define
como “una acción sobre la acción”: Lo que
define una relación de poder es un modo de acción que no actúa directa e inmediatamente
sobre los otros, sino que actúa sobre su propia acción. Una acción sobre la
acción, sobre acciones eventuales o concretas, futuras o presentes. (…)El poder
es un conjunto de acciones sobre acciones posibles: opera en el terreno de la
posibilidad donde se inscribe el comportamiento de los sujetos que actúan:
incita, induce, desvía, facilita o vuelve más difícil, amplía o limita, hace
que las cosas sean más o menos probables; en última instancia, obliga o impide terminantemente.